martes, 22 de abril de 2014

El tiempo, ¿nos construye o nos destruye?

Le tengo miedo al tiempo. No al paso del tiempo en sí. Sino al tiempo como elemento que nos moldea a lo largo de nuestra vida.

"El tiempo todo lo cura". "Date tiempo". "Tiempo al tiempo". Todo está medido en base a él.

Supongo que es la consecuencia de ser una de las pocas cosas, a día de hoy, lineales en esta vida. Va de A a B. Del antes al después. Pasa y punto.

Y es por esto que me pregunto, ¿el tiempo nos construye o nos destruye?

En cierta medida creo que nos destruye para construirnos. Cuando nacemos somos una suerte de tabula rasa en la que escribiremos nuestra historia: los primeros capítulos nuestra familia, el desarrollo de la trama nosotros y del desenlace se encargará el tiempo.

Como dice Sr. Chinarro: "El tiempo pone cada cosa en su lugar, ya veremos cuándo." y es a este desenlace a lo que realmente temo.

Temo volver a llegar tarde. Temo dejar para luego algo que sólo podré hacer en este momento y que nunca volverá. 

Aún es pronto para saber qué me tiene preparado el futuro.

sábado, 29 de marzo de 2014

Reflejo.


No es raro mirarse en el espejo y sentir que no eres el mismo que ayer, que hace una semana, un mes, dos años. Y es evidente que no, no lo eres. Cambiamos constantemente. A veces tan sólo se pule una de nuestras cualidades para hacerlas relucir y otras no es más que un afilador que saca puntas a las aristas más agudas de tu personalidad.

Y es en este último caso en el que me encuentro ahora mismo. Estoy en una época en la que, si bien es cierto, me lo estoy pasando como nunca, también lo estoy pasando peor que nunca. Siento que no soy el mismo que hace cuatro o cinco años. Cosa que es evidente. Pero la sensación que tengo es como que estoy del revés. Todas mis sensaciones más internas las expongo sin el más mínimo pudor, hago cosas que antes ni se me pasarían por la cabeza, digo cosas que ni siquiera pensaba que sería capaz de decir.

En definitiva, un gran cambio. Alteración. Metamorfosis. Crisis. Llámalo como quieras. Pero siento que se está desdibujando quién soy, quién he sido y temo por quién puedo llegar a ser en un futuro cercano.

Y eso no me gusta.

(Foto: Obra de Yang Maoyuan)

viernes, 24 de enero de 2014

Barra espaciadora.

Hace cuatro horas que abrimos el local y todavía no consigo distraerme de la conversación que tuvimos antes Leticia y yo. Intento despachar la mayor cantidad de copas posible para evitar pensar en las tres palabras tan típicas y famosas que salieron de su boca: "Tenemos que hablar".

Hablamos, y sí, como mandan los cánones del cine, lo dejó conmigo. Después de 3 años y medio dice que necesita algo de espacio, que esto ya no es lo que era, que no siente lo mismo, bah... Lo de siempre.

Siempre ha sido muy aficionada al séptimo arte.

Por desgracia esto de estar jodido por dentro a tu jefe le importa más bien poco, siempre y cuando la cuenta sea la correcta al final de la noche, así que no me quedaba otra opción que servir copas como cualquier noche de martes a sábado.

Me molestaba todo. "So payaso" de repente se convertía en una cuestión personal, me acordaba de todos los familiares de Quique González, Franz Ferdinand me tocaba los huevos (su grupo favorito desde el 2008 cuando los vio nosédonde estando de Erasmus). Todo.

Y, joder, ahora un blues. De esos blues que no te dan ganas sino de plantarle un gran beso a tu Jack Daniel's y beberte a tu novia de un sorbo. O al revés.

El caso es que yo seguí con mi mala hostia. Malponiendo copas e intentando dispersar mis pensamientos.

No obstante, entre toda la gente del bar, más allá de aquella pareja de lesbianas que se comían a besos camino del baño, más allá de aquella pareja de treintañeros temerosos de que la vida se les acabe, había una persona sentada justo frente a la barra. Una chica bastante guapa que jugueteaba con una jarra de cerveza a medio beber. Una jarra que supuse le habría servido yo, pero que tristemente había obviado a quién iba dirigida, fijándome simplemente en su billete de cinco euros. O de diez, o de veinte, a saber.

Me atrajo muchísimo. Por un momento no pude dejar de mirarla, tenía cara de llamarse Silvia. Uno de esos nombres que se te deslizan entre tu lengua y sus labios. Cómo se abstraía de la conversación de sus dos amigas y miraba la cerveza burbujear. Era imposible no echar un vistazo de vez en cuando hacia donde ella estaba.

Un rato después, sin mediar palabra, sus amigas se levantan y ella hace lo propio. Se pone su bufanda y el abrigo y mira hacia la barra. Me pilla mirándola. Fue entonces cuando llené demasiado una caña. Salvé la situación dejando el vaso en el escurridor y cuando levanto la cabeza la veo sonriéndome. Es entonces cuando vuelvo a mirar al vaso para dárselo al cliente.

Lo siguiente que recuerdo es la puerta cerrándose tras la última de sus amigas.

"Mira lo que has conseguido Silvia" pensé.

domingo, 19 de enero de 2014

La ciudad que tanto ansiaba visitar.


A menudo oyes a la gente de tu alrededor hablar de ella. De esa ciudad que tanto bien hace a aquel que consigue visitarla, aquel que consigue recorrer sus calles.

Siempre he visto esa ciudad pintada en algunos mapas. Unos mapas que rara vez he llegado a tener. Mapas que alguna vez pertenecieron a otras manos y en los que hay escritas algunas notas al margen.

Constantemente la veía como algo muy lejano, como en un continente aparte donde hay un océano tan grande como el Pacífico separándonos. No obstante, poco tiempo atrás conseguí visitarla.

Hace dos semanas aproximadamente, sin previo aviso, se interpuso ante mí la posibilidad de ir a una ciudad desconocida, pero de la que me habían hablado bien. No lo pensé dos veces y fui. Todo sin saber que era una ciudad de esas que tanto había oído hablar.

Recorrí todos sus rincones con mi coche. Las fachadas me dejaban intuir todas las batallas que allí tuvieron lugar. Era preciosa. Mejor incluso a como me la habían pintado.

Tiempo después conseguí llegar al centro. Di vueltas con mi coche hasta que conseguí aparcar cerca de una gran plaza. En el centro de ésta me topé con una gran fuente de la que manaba un agua cristalina, pura.

No sabía que estaba en una de aquellas maravillosas ciudades hasta que en ese preciso instante miré al fondo. Pude ver grietas muy anchas como subsanadas por el tiempo. Parches que se habían colocado cuidadosamente de la mejor manera posible y que parecían inquebrantables.

Después de horas paseando, cuando por fin desperté de aquel ensueño en que el agua me había sumido, me di cuenta de dónde estaba. Empezó a llover y el agua limpió todas las avenidas de aquella preciosa urbe. Llevándose incluso el polvo que con los años se había acumulado en mis calles internas. Dejando ver las cosas tal y como eran. Dejándome ver eso de lo que tanto había oído hablar.

Todo hacía ver que por fin había encontrado mi ciudad. Esa en la que instalarme. Esa en la que tan bien se siente uno.

Por fin te había encontrado.

(Foto)

miércoles, 4 de diciembre de 2013

La fecha señalada.



A la hora de irme a dormir siempre sigo las mismas pautas: colocar despertador, revisar los compromisos del día siguiente, preparar la ropa, etc. Así siempre, día tras día, noche tras noche como cualquier hijo de vecino.

Pero esta vez algo rompió la rutina. Tiré sin querer un lapicero en mi escritorio, desparramando por el suelo los pocos lápices y bolígrafos que tenía ahí. Vi como uno de ellos caía debajo del ropero y al meter la mano para recogerlo noté otra cosa, como una pequeña libreta. La saqué. Era una agenda. Año 2011. Una pequeña agenda azul que pretendía ser un Moleskine. La había perdido y nunca pensé que estuviese ahí.

La revisé algo entusiasmado, para qué engañarnos. Y de repente veo una fecha marcada en rojo. Un cumpleaños, una inicial y un pequeño corazoncito. Sobre la marcha me vino aquella tarde en la biblioteca. Aquel momento en el que aprovechaste que fui al baño para marcarme con tus odiosos rotuladores de colores llamativos tu cumpleaños.

Recordé toda nuestra relación. Como aquella vez que fuimos a ver unos monólogos y mientras te esperaba en la estación casi me orina un mendigo encima. Como cuando me decías lo mal compañero de piso que era ese supuesto estudiante de ingeniería que no iba a clase nunca y que menos aún sacaba siquiera la calculadora.

Todo. Absolutamente todo.

Como aquella vez en la que quedamos una vez lo nuestro había acabado y nos bebimos media ciudad. En ese momento quise tenerte. Te quise con la fuerza de los bares. Los que atravesamos en nuestro pequeño acorazado. Al menos aquel que yo creía nuestro pero que al final capitaneábamos mi soledad y yo.

Todo.

Creía que todo esto lo había superado. 2011. Ha pasado tiempo. Pero no. Me asomo por la ventana y las calles parecen querer escucharme. Todas menos la mía, que ahora mismo parece un bebé que rompe a llorar en plena madrugada. Pero no es un bebé el que llora, es un camión de la basura que cumple con su recorrido diario. Aquí es cuando deseo con todas mis fuerzas que ese señor vestido de verde coja ese cubo gris y se lleve con él todos estos trocitos que ahora se me clavan. Que recojan la agenda, tu inicial y tu corazoncito y lo manden al vertedero más lejano y profundo. Que te recojan, al fin y al cabo, y que no te tenga que ver más.

No así. No en una página de una agenda vieja.

(Foto)